En las últimas décadas el objetivo ha sido aumentar la esperanza y calidad de vida de hombre y mujeres y si es cierto que ha aumentado significativamente, también lo que es que esto conlleva un deterioro que exige una protección y un cuidado de nuestros mayores que requiere de un cariño y una contemplación especial.
Los hijos nos hemos convertido en padres de nuestros padres porque ahora es a nosotros a los que nos toca abrazarlos, darles de comer, acariciarles con las palabras el alma y con nuestros cuidados. Nos convertimos en el bastón de su alma.
Es habitual que pensemos en la vejez de manera negativa y con tristeza, pensando que llega el final para esa persona que tanto amamos, sin embargo, existen numerosas razones que nos pueden ayudar a pensar que precisamente es una etapa bonita además de una etapa que nos permite ir elaborando el duelo de manera saludable y consciente.
Tener la oportunidad de compartir el envejecimiento con nuestros padres o abuelos es un regalo, una oportunidad para dar afecto, mostrar gratitud por todo lo vivido junto a ellos. Significa sostener algo que nos hizo crecer y que nos dio la vida con la misma fuerza con la que se despide.
“Ámame cuando envejezca porque sigo siendo yo, aunque peine plata en mi pelo”

Momento del adiós.
Resulta tarea difícil sentirnos bien pensando en la oportunidad de vivir el envejecimiento de nuestros seres queridos, pues no podemos olvidar que su vejez supone un adiós a la vida de la persona que nos enseñó a caminar, a leer a compartir a ser quienes somos.
“Hay una ruptura en la historia de la familia, donde las edades se acumulan y se superponen y el orden natural no tiene sentido: es cuando el hijo se convierte en el padre de su padre.” (Fabricio Carpinejar)
Nosotros como hijos debemos ser conscientes de que la vida de quienes nos engendraron depende ahora de nosotros para morir en paz.
La vejez nos permite devolver los cuidados y el amor que nos han dado durante años, y aunque el cuidado de nuestros padres puede llegar a resultar agotador, no podemos olvidar que esa tristeza y cansancio es parte del duelo que necesitamos elaborar. Es parte de la despedida, del adiós a parte de nuestra alma.
Se trata de permanecer abiertos a la vida y de asomarnos a un tramo tan desconocido y misterioso de la vida como es el del envejecimiento, la etapa previa al morir.
¿Y cómo podemos acompañar a quienes nos dieron la vida?
Son momentos de incertidumbre, de miedo, de tristeza por un futuro ya cierto del que en muchas ocasiones no queremos ni oír hablar.
Sin embargo, existen algunos aspectos claves desde un enfoque transpersonal que Adela Martínez; acompañante en procesos de duelo y pérdida; recomienda cuando nos convertimos en padres de nuestros padres.
- Observa la vida con Mente de principiante: acompañar a nuestros mayores nos reta a vaciarnos de expectativas en cuanto a un resultado concreto, es decir, a dejar ir cualquier idea acerca del morir de esa persona o de “cómo debería ser y comportarme” para ser un verdadero cuidador. Según dice Joan Halifax “Se trata de hacer lo que se debe hacer, sin apego al resultado”.
En definitiva, cuidar a nuestros mayores con mente de principiante requiere el coraje de estar para ellos aún sin saber cómo estar.
- Aceptación: El cuidar a los padres y abuelos envejecidos requiere de aceptar que su comportamiento y actitud es diferente a la que durante toda la vida nos han mostrado. Necesitarán que les ayudemos a comer, a bañarse incluso a identificar qué día es hoy. Incluso deberemos aceptar que se acerca el momento de su muerte. Nuestro reto es el de no ahogarnos en la emoción que estos cambios suponen y cooperar con lo inevitable, solo de esa manera podremos cumplir con el ideal buen vivir- buen morir.
- Ternura Si algún elemento da belleza y sentido a la vida, ése es, sin duda, la ternura. La ternura es la expresión más serena, bella y firme del amor, y hay pocas cosas que supongan un acto de amor mayor que el de cuidar de nuestros padres cuando ellos nos necesiten. Los seres humanos podemos responder de dos maneras o bien retirándonos y protegiéndonos, cuando no endureciéndonos, o bien esponjándonos por dentro y manteniéndonos en contacto con nuestra vulnerabilidad. La segunda forma de responder es la que hace posible que la ternura tenga espacio. La ternura requiere coraje, dado que requiere mostrarse sin defensas; al mismo tiempo, la ternura es condición necesaria para la entrega.
- Autocuidado: posiblemente sintamos la necesidad de ser los mejores cuidadores de nuestros padres y los mejores hijos no debemos olvidar la dimensión personal. El cuidar a una persona en sus momentos de avanzada vejez supone momentos de cansancio y fatiga no solo física sino emocional y por ello es fundamental el cuidado y el amor hacia uno mismo. “Nadie da lo que no tiene”, por lo cual el autocuidado debe ser parte imprescindible si queremos cuidar con amor a nuestros mayores.
Sin lugar a duda, pensar que esas personas que dieron la vida por nosotros, esas personas que nos enseñaron todo lo que sabemos, nos ayudaron a forjar nuestra identidad están llegando a su final, inevitable nos hace sentir tristes, sin embargo, el poder estar a su lado y ofrecerles todo el amor y cuidado que tengamos para ellos es un presente que no podemos desaprovechar y que nos ayudará a ir elaborando un duelo saludable.
Artículo elaborado por Adela Martínez Gómez, terapeuta y acompañante en procesos de duelo y pérdida, Coach de Vida y una apasionada del desarrollo personal.
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