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El tabú del suicidio.

Es uno de los dramas más silenciosos ante los cuales nos encontramos, del que nadie quiere hablar, pero el suicidio se lleva la vida de aproximadamente 4.000 españoles cada año. Sus familias han cargado durante años con un estigma que las obliga a esconderse, como arrastrando una vergüenza por la decisión de su familiar. En muchas ocasiones se busca enmascarar una realidad extremadamente dolorosa y se fabrica un verdadero tabú respecto a lo que en verdad le ocurrió a la víctima, ocultando la causa real de la muerte. No deja de ser un método de protección de algo que no se quiere aceptar porque resulta más amenazante de lo que estamos capacitados para soportar.

El dolor que experimenta una familia tras la muerte de uno de sus miembros se incrementa hasta niveles insoportables cuando ésta se ha producido por un suicidio. El duelo que atraviesan estos familiares suele ser traumático y prolongado.

Al enfrentarnos a la familia de un suicida tenemos que tener en cuenta varios aspectos:

  • Tener en cuenta el grado de shock y qué recursos inmediatos están a la disposición de la familia para su apoyo emocional.
  • Detectar los sentimientos de culpa y responsabilidad por lo ocurrido.
  • Detectar posibles sentimientos suicidas, amenazas y otras conductas afines entre los familiares del fallecido.

Aquel terapeuta que pretenda ayudar a la familia a superar de manera adecuada su proceso de duelo por un suicidio necesita manejar una serie de pautas terapéuticas para facilitar le evolución psicológica de las familiares en las diversas etapas y evitar así la aparición de duelos patológicos.

Debemos entender que no existen remedios infalibles y que cada persona es distinta y reacciona ante un mismo evento de forma individualizada, aun así existen una serie de principios generales de intervención inmediata en los casos de suicidio:

  • Acompañar a la familia:
    • Reconocimiento compartido de la realidad de la muerte y del modo como ésta se produjo.
    • Será preciso captar, comprender y respetar la expresión de sentimientos presentes. Ayudarles a entenderlos y a normalizarlos.
    • Reorganizar el sistema familiar, reestructurando las relaciones para compensar la pérdida.
    • Abrirse a nuevas relaciones y vivir abiertos a nuevas metas en la vida, intentando evitar que la idealización del fallecido, la sensación de deslealtad o el miedo a otras pérdidas impida contraer nuevos vínculos.
  1. Preparar a los más jóvenes para que sean capaces de tolerar la frustración, hay que ayudarles a entender que el sufrimiento, el fracaso en el logro de objetivos, los conflictos y todas aquellas situaciones que nos generan malestar son inevitables y debemos aprender a manejarlas.
  2. Ayudar a la familia a que comprenda que el suicidio estuvo relacionado con la enfermedad y no con fallos en los que ellos hubieran podido incurrir. Esta forma de explicarlo puede reducir el riesgo de imitación.
  3. Separar la forma de la muerte del muerto mismo, diferenciando su vida del modo de morir. El trabajo terapéutico y de duelo debe hacerse por su ausencia y no por su modo de morir.
  4. Ayudar a vencer los mecanismos de negación: debemos utilizar expresiones claras y directas “muerte”, “morir”, “enterrar”…Sirven para señalar que se es capaz de hablar con naturalidad de este tema y ayuda a los demás a sentirse cómodos y a abrir sistemas emocionales cerrados.
  5. Facilitar la expresión de los sentimientos: es una de las acciones terapéuticas más importantes, sobre todo en aquellos familiares que tratan de mantener un control excesivo sobre sus emociones.
  6. Priorizar el duelo: debemos establecer una “jerarquía de dolientes”, intentando impedir la usurpación por parte de familiares que, no siendo los más afectados, tienden, debido a su personalidad, a comportarse como si fueran los que más sufren restando protagonismo y atención a quienes verdaderamente lo necesitan.
  7. Adquiere una especial importancia trabajar los sentimientos de culpabilidad, haciéndole ver a la familia que es un sentimiento habitual en las personas que están atravesando un duelo. La familia tendrá que entender que no era fácil ni posible evitar lo que finalmente sucedió. El ser humano acaba haciendo lo que desea y nadie se lo puede impedir. No es razonable vivir encadenado al otro para evitar una posible tragedia.
  8. Es muy importante señalar la necesidad de dar tiempo al tiempo. Los procesos de duelo no pueden ni ahorrarse, ni precipitarse porque cuando se cierran en falso se convierte en fuente de patologías. La familia tendrá que comprender que no existe receta mágica que pueda liberarle del dolor de la separación. Habrá que confiar en el valor analgésico del paso del tiempo.

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